Julio César Fonseca: voz cubana que no se apaga en el corazón de los salseros
Julieth Fonseca y su misión: no dejar morir el legado musical de su padre. “Que él que no lo conozca sepa de su vida, y quien lo conoció, nunca lo olvide”, dice, y así lo recuerda.
Por la puerta entreabierta de la habitación 404 del desaparecido Seguro Social de los Andes, Julieth Fonseca Melchor paseó sus ojos infantiles y alcanzó a ver como se despedía de la vida su padre, el maestro Julio César Fonseca Benemelis, una de las figuras icónicas de la música cubana de todos los tiempos.
Era 12 de abril de 2002, y el autor de clásicos salseros como Dulce con Dulce, Nada contigo, Por Borracha, Pregúntame como estoy, Mi corazón se quema, Elefante blanco, Eso no se hace, Huye Huye, entre muchos otros; fallecía en Barranquilla, ciudad a la que había llegado 15 años antes a desplegar su arte, y donde "por cosas del destino" encontró un amor que lo ancló para siempre.
El golpe fue duro y doble para Julieth que apenas alcanzaba los 9 años de edad, porque justo ese día el artista estaba de cumpleaños, y su madre la había llevado a felicitarlo a su lecho de enfermo.
Ante aquella última imagen paternal la niña quedó aplastada por el dolor, se le escapaba su 'ídolo', recuerda ahora a sus 29 años.
En el Seguro Social Julio César Fonseca, de 67 años, permaneció recluido nueve meses acosado por un cáncer de próstata que lo fue minando hasta ese fatídico día a las 8 de la noche, rememora Julieth con sorprendente precisión.
El reconocido músico multiinstrumentista, arreglista, productor, cantante y compositor cubano, arribó a la ciudad a principios de 1987.
“Me cuenta mi madre, Ana Leonor Melchor Cera, que él residía en Venezuela y vino aquí a cumplir una actuación. Pero el empresario lo ‘falseó’, no hubo presentación ni mucho menos pago de contrato. Sin embargo, a él le gustó el ambiente y se quedó en un hotel del Centro”, rememora Julieth de lo narrado por su mamá.
Quienes conocieron y trataron en Barranquilla a Julio César Fonseca --entre esos Didier Ariza, ligado al negocio de la venta de discos--, guardan en la memoria la personalidad afable, sencilla, alegre y al mismo tiempo descomplicada del músico cubano, con la cual granjeaba amigos con facilidad.
Y sumado a ese espíritu afectuoso, lo respaldaba su gigante trayectoria musical, muy conocida aquí, por lo que le fue fácil penetrar al ambiente de orquestas, música y espectáculos.
En estas circunstancias pudo conseguir sin mucha dificultad presentaciones en restaurantes, discotecas, estaderos y fiestas privadas, que le valieron para tener un sostén económico decoroso.
Pudo incluso conformar una orquesta con músicos locales que sin pensarlo dos veces llamó La Charanga de Julio César, que incluía su repertorio musical cargado de la cadencia cubana que tanto gusta en nuestro medio.
Así que en cuanto más se adaptaba y encajaba en el círculo currambero, le apareció en 1990 lo que le faltaba, y que al parecer estaba buscando: el amor, la ya mencionada Ana Leonor Melchor Cera, barranquillera que residía en el Centro, cerca del hotel donde se hospedaba el artista.
El flechazo de Cupido se dio en una visita a casa de Ana, donde operaba una sastrería y a la que llegó Fonseca para arreglar un traje de presentación.
La pareja cuajó una relación sentimental de la cual su primer y único fruto fue Julieth, nacida en 1993.
Desde entonces la niña se convirtió en la máxima motivación en la vida de Fonseca, la que le daba alientos para seguir en lo suyo, la música.
La carrera musical que Julio César Fonseca desarrollaba con éxito en Barranquilla, cimentada además en su prestigio internacional, trascendió a empresarios de la vecina Cartagena, de donde vinieron a buscarlo para presentar su obra musical en el apetecido ambiente turístico de la hermosa ciudad amurallada.
“Allá permanecimos un buen tiempo, tenía abundantes contratos en hoteles, yates y en otros sitios de diversión. Cartagena le gustaba mucho, detallaba sus calles y evocaba La Habana”, recuerda también la hija.
De su infancia Julieth atesora recuerdos imperecederos de aquel hombre que con su música puso a gozar a mucha gente en el continente.
“Vivimos un amor mutuo e intenso, de padre e hija. Yo era una chiquilla que lo acompañaba en sus actuaciones diurnas, compartimos en el parque Suri Salcedo, jugábamos todo el tiempo en casa. En fin, fue algo muy lindo, por eso aún lamento su partida, me hubiera gustado disfrutarlo más, fue una relación corta, aunque muy cercana”, manifiesta con ojos humedecidos.
El maestro tuvo tres hijos de su matrimonio en Cuba: Julio Esteban, fallecido; Eugenio y Juan Jorge, residenciados en Miami.
Julieth reconoce en su hermano mayor Julio Esteban a la persona que más la ayudó, el que le tendió la mano a ella y a su mamá tras la muerte del padre.
“Ellos no pudieron asistir al sepelio, que fue en el cementerio Calancala, pero nos cedieron las regalías de los derechos de autor de mi papá para poder sostenernos”, agrega la joven que reconoce el gesto bondadoso de sus hermanos.
“No quiero que mi papá muera”
Julieth dice que a medida que pasaba de la niñez a la adolescencia y sentía el vacío de la figura paterna, al mismo tiempo comprobaba a través de la lectura en libros, redes sociales y medios de comunicación; la altura musical de su padre, su importancia y el reconocimiento que le hacían, y que aún le brindan.
“Cuando adquirí plena consciencia de esto me dediqué a la tarea de mantener viva su memoria, recopilar su música, difundirla, mantenerlo en el recuerdo de la gente, y archivar cuanto comentario se hiciera de él en cualquier medio. Si bien físicamente no está con nosotros, no quiero que mi papá muera, deseo mantener su legado”, agrega la joven con tono de emoción, y sentencia: “Que él que no lo conozca sepa de su vida, y quien lo conoció nunca lo olvide”.
Por eso en su residencia guarda con mucho celos parte de la discografía, y libros como Raíces del Jazz Latino, un siglo de jazz en Cuba, del investigador cubano Leonardo Acosta, que le dedica en sus páginas comentarios elogiosos a la huella musical de Julio César Fonseca.
"...Más tarde Felipe trabajó en el bar casino de Tropicana, lo que nadie podía imaginar o prever era que el grupo de Felipe Dulzaides se convertiría en una de las principales canteras de músicos de Jazz en Cuba para dar una idea de esto basta recordar algunos nombres como el de Julio Cesar Fonseca Benemelis...", escribió el autor en uno de los apartes de la obra.
También conserva el Diccionario Enciclopédico de la Música en Cuba, un libro de consulta que resalta el nombre de Fonseca y su aporte histórico a la musicalidad cubana.
Julieth trae a tema también la página oficial en internet del archifamoso sello disquero Fania, que en tres ocasiones hace mención del nombre de su padre.
Se refieren a la autoría de Dulce con Dulce, tema grabado por Johnny Pacheco y Pete ‘El Conde’ Rodriguez, que se convirtió en uno de los éxitos más resonantes de la afamada agrupación salsera.
La prestigiosa Orquesta Broadway, de Edy Zervigón, fue otra de las agrupaciones salseras que hizo eco de las composiciones de Fonseca Benimelis, con superéxitos del cancionero salsero, Por borracha y Preguntame cómo estoy.
Otra mención que habla muy bien de la trayectoria de Julio César, es que su tema Pregúntame cómo estoy, fue seleccionado en Cuba como una de las 100 mejores canciones en la historia musical de la isla.
La Orquesta Aragón
En esa misión de ‘arquelogía musical y temática’ en que se ha empeñado esta chica tras el rastro de su padre, otra de sus tareas ha sido de rescatar la relación de Fonseca Benemelis con la Orquesta Aragón de Cuba, charanga legendaria y representativa de la música de la isla.
“Mi padre guardó una especial relación con la Aragón, que le ha grabado 7 canciones partícipes en 14 producciones discográficas”.
De hecho en el trabajo que le permitió obtener en 2020 el cotizado Premio Grammy, la Aragón incluyó el tema Juego de qué, autoría de Fonseca.
Igualmente ha musicalizado composiciones del maestro como Mi son es un vacilón, De la opera al Cha Cha Chá, Pregúntenme como estoy, entre algunos.
“Con Orestes Aragón, fundador de la orquesta, y Rafael Lay, quien luego tomó la dirección, guardó profundas relaciones de amistad y colegaje de las que me ha contado Rafael Lay Jr., director actual, y con quien tengo excelente y permanente contacto”, manifiesta la joven.
De Manzanillo
Julio César Fonseca era oriundo de Manzanillo, ciudad del oriente de Cuba, donde nació el 12 de abril de 1935.
Se fue a vivir a La Habana desde muy niño, y allí a la edad de 5 años comenzó a desarrollar su vida artística.
El debut ocurrió en la comparsa de su abuelo “Los príncipes azules”, en la que tocó la guitarra y cantó.
En La Habana Fonseca forja la trayectoria musical que le valió la fama y el reconocimiento en medio de un país rico en música y colmado de abundantes figuras en este arte.
Convivió sin problemas con el gobierno cubano hasta que por voluntad propia, a mediados de los 70, decidió salir de la isla en busca de nuevos horizontes.
Arribó a Estados Unidos y luego comenzó el peregrinaje por varios países latinos, hasta su llegada a Barranquilla.
Tanta fue su empatía por Colombia que en 1993 tramita y logra su nacionalización en el país.
“Fue un reconocimiento recíproco de un país que le abrió los brazos a un grande de la música, y un artista de su talla que al final quiso ser colombiano”, reflexiona Julieth sobre esta decisión de su padre.
También comediante
Julio César Fonseca no solo brindó su talento musical durante la permanencia en Barranquilla, mostró además otra faceta de su talante artístico: la de comediante.
En el Canal Regional de Televisión Telecaribe hizo parte del elenco del espacio de humor ‘Ajá y qué’, en el que dio a conocer la agudeza humorística que arrastraba desde Cuba, donde también lo reconocían por la agilidad mental e ingenio para improvisar chistes o recrear humoradas.
Y como colofón de esta remembranza sobre Julio César Fonseca, en conmemoración a los 20 años de su fallecimiento, cumplidos exactamente el 12 de abril de este 2022; Julieth Fonseca Melchor extrae de la memoria imágenes de su padre que no quiere pasar por alto.
“Siempre vestía elegante, le gustaba lucir bien, y en cada presentación era infaltable su sombrero de cinta”.
“También lo recuerdo fumando habanos, que como buen cubano él mismo preparaba con hojas de tabaco, miel y azúcar, las que envolvía con mucha agilidad con sus manos grandes”.
“A pesar de todo lo que vivió en la música mi papá no fue un gran bailarín, se movía lento en tarima, yo se lo decía, y le recordaba una expresión corta que él utilizaba cuando un cantante o una canción no le gustaba, ‘¡Qué abusador!’, y él se reía”.
“Uno de sus sueños era visitar de nuevo a Cuba, y que yo estudiara medicina en La Habana, o tocara un instrumento. Cosas que no se dieron”.
En Barranquilla estableció una estrecha amistad con el comerciante de discos Jacob Vargas, quien para la época atendía en el Centro de la ciudad su reconocido almacén ‘Top Musical’.
Julieth dice en tono de tristeza que su padre murió sin ser consciente de todo el aporte que le había brindado a la música, y vuelve a recordar su llanto de niña cuando a través de la puerta entreabierta de la habitación 404 del desaparecido Seguro Social de los Andes, lo vio partir para siempre en aquella triste y desgarradora visita de cumpleaños.